Hace un par de años se mudó a mi edificio una pareja que se pasaba los días discutiendo. Ahora ya no viven con nosotros, pero la época en la que estaban en el piso de abajo llegué a temer por el tipo de estimulación que estaba recibiendo mi hijo quien, con cuatro años, tenía que escuchar insultos día sí y día también.
Una tarde, en pleno silencio a la hora de la siesta, empezaron de nuevo los gritos, los insultos y los golpes, pero esta vez había algo diferente que me hizo reaccionar. La mujer, de unos 32 o 33 años, gritó claramente: “Vecinas, llamad a la policía que me matan”, lo repitió al menos tres veces desde el balcón o la ventana, no estoy segura, y yo, sin pensármelo ni un instante, llamé a la policía y narré todo lo que estaba escuchando. Un minuto o dos después cesaron los gritos, sólo se escuchaba a la hija pequeña de la pareja llorar y yo, para ese entonces, estaba realmente asustada.
Poco después llegó un coche patrulla. Entre el primer grito de la mujer y la llegada de los policías pasaron, como mucho, 6 o 7 minutos, no más, y ya no se escuchaba prácticamente nada. Llamaron primero a mi puerta y me preguntaron qué era exactamente lo que había escuchado. Volví a narrar lo sucedido y les dije que, sobre todo, temía por la niña que debía tener unos 3 años.
Lo más importante para mi era la pequeña
Dejé mi puerta abierta, llamadme lo que queráis, pero necesitaba escuchar que la pequeña estaba bien.
La policía llamó al timbre y la mujer abrió la puerta. Le preguntaron por lo ocurrido y ella negaba todo lo que yo había narrado minutos antes, e incluso aseguraba que en la casa no había nadie más. El agente le pidió permiso para entrar, imagino que para comprobar que la niña estaba bien, y ella accedió. No sé dónde se escondió su marido pero la policía salió de la vivienda despidiéndose con amabilidad de la joven sin haber encontrado a nadie dentro.
Días después me los encontré por la escalera y estaban los tres perfectamente, pero no tardaron ni una semana en volver los gritos. Gracias a Dios hace ya tiempo que se mudaron.
La imagen, lo más importante para los demás
Conté esta misma situación no hace mucho en una conversación con unos conocidos, y me quedé helada cuando uno de ellos aseguró que él no habría llamado a la policía porque “luego los que quedamos mal somos nosotros, los que queremos ayudar”, y lo que más miedo me dio es que algunos de los integrantes de esa conversación le dieron la razón. ¿Pero estamos locos o qué? ¿es mejor hacerse los sordos a lis gritos de una persona sólo por miedo a quedar mal? ¿Acaso no les da pena esa niña llorando mientras sus padres discuten, gritan o se pegan? ¿Acaso no les da miedo ignorar una petición de ayuda y averiguar después que esa persona ha acabado en el hospital o incluso algo peor? ¿es que no tenemos ya moralidad?
Nuestra sociedad ha llegado a un punto en el que nos importa más lo que puedan opinar los demás sobre nosotros que la vida de una persona pidiendo auxilio, y eso no sólo es triste, es preocupante y perturbador.
Abramos todos los ojos y no permitamos ninguna situación similar. Que no nos dé miedo denunciar, ni vergüenza, porque eso puede costarle la vida a alguien. Si sabes que alguien en tu vecindario está siendo maltratado/a llama al 016, ponte en contacto con la policía, pide información a violenciadomestica.com.es, a este abogado especialista en violencia de género o en maltrato.net. Haz lo que sea necesario para que esa situación se detenga. STOP