Hay veces que no nos damos cuenta de lo poco “vecinales” que podemos llegar a ser y no lo digo sólo por el caso que os voy a narrar a continuación, lo digo porque hacemos cosas que demuestran la poca paciencia o tolerancia que tenemos para con los demás, es decir, que nuestro grado de convivencia es, a veces, cero.
Nací en Barcelona, crecí en Barcelona y luego, tras casarme, seguí residiendo en la ciudad condal, sin embargo, tras un cambio de trabajo de mi marido, tuvimos que mudarnos a Córdoba y ¡menudo cambio! Son dos ciudades preciosas pero no tienen nada que ver la una con la otra, aunque hoy por hoy, tras conocer a ambas sociedades, puedo decir que son igual de buenas (con sus excepciones claro está).
Mi marido se mudó enseguida a Córdoba para empezar a trabajar en su nuevo empleo pero yo me quedé con mis hijos, Ana de 7 años y Juan de 3, hasta que conseguimos vender la vivienda para poder hacer todo el papeleo desde aquí y evitar problemas futuros. Conseguimos vender el piso el 15 de febrero y los nuevos dueños querían mudarse antes de que empezara marzo así que nosotros debíamos abandonar la casa el día 20. Sin embargo, entre enviar el equipaje (sobre todo la ropa) y encontrar una buena empresa de mudanzas que nos llevara los muebles hasta Córdoba (al final contratamos mudanzasytransportestsr.com con los que estuvimos encantados) la cosa se fue alargando y llegó el día 20 y nosotros aún no habíamos podido salir de la vivienda.
Convivencia
Mi primera opción fue pedirle a un par de vecinas que se quedaran con mis hijos un par de noches hasta que yo encontrara tren para viajar hasta Córdoba y yo iría a dormir a casa de mi madre que no tiene habitaciones libres pero sí un sofá y por un par de noches me valía. Pero ningún vecino, nadie, pudo quedarse con Ana y Juan, así que tuvimos que coger una habitación en el Mercer Barcelona.
Personalmente no me quejo en absoluto: si seguís el enlace que os he puesto comprobaréis por qué. Se trata de un hotel precioso en el que nos trataron como reyes y eso es de agradecer. De lo que me quejo es de la poya ayuda que tuve por parte de unos vecinos que me conocían desde hacía más de 10 años. ¿Nadie, en todo el edificio, podía hacerle un hueco a mis hijos para que pudiéramos ahorrarnos el dinero del hotel? Se ve que no, que a pesar de que mis hijos han compartido juegos con otros niños de la comunidad, esos dos días todo el mundo lo tenía complicado.
A veces, hacer un favor a un vecino nos cuesta muy poco y para ese vecino la ayuda es enorme porque realmente la necesita. No se trata de abusar, se trata de saber convivir y de saberse ayudar de modo que todos podamos aportar un poco a la comunidad.
Actualmente resido en Córdoba, y tengo unos maravillosos vecinos de los que no tengo la más mínima queja y jamás creo que la tenga.